La felicidad que siente al darle un abrazo a un niño y escuchar: “Ya fueron 13 años desde que salí del proyecto o ya fueron 10 años desde que sané”, es su mejor recompensa, es lo que la motiva a seguir realizando esta noble labor dentro de la fundación.
Textos: Morena Leiva. Foto: Erika Rodríguez
Marcada para siempre por la cicatriz interna que le dejó la muerte de su padre, víctima de un tumor en el hígado, Leonor de Llach, su deseo de ayudar a los más necesitados, su perseverancia, y la falta de existencia de un departamento de Oncología y Hemato-Oncología en el Hospital Bloom que fuera capaz de suplir los requerimientos y salvar a los niños con cáncer del país es lo que la llevó, hace 26 años, a crear la fundación junto a cinco señoras de noble corazón.
Todo por amor. “El valor de la vida de un niño, el dar sin recibir nada a cambio, la presencia continua y el dar valor humano a los que nos necesitan, escucharlos, darles fe y esperanza es la lección más importante que la vida me ha enseñado”, afirmó doña Leonor. Uno de los pilares fundamentales del camino recorrido ha sido la perseverancia a pesar de las desavenencias y el deseo de superación a pesar de la falta de recursos económicos es lo que la lleva a seguir organizando diferentes actividades con el fin de recaudar el dinero necesario para poder cumplirle a los niños del país. La labor de doña Leonor puede seguir día con día, con la colaboración de muchas personas: “Gracias al apoyo de un equipo multidisciplinario preparado en el exterior, una junta directiva dinámica, padrinos comprometidos, alianzas solidarias, el trabajo conjunto con el Ministerio de Salud y el Hospital Bloom, y alianzas hospitalarias internacionales es lo que nos permite consultar las 24 horas casos complicados y darle la calidad de atención que merecen nuestros niños”.