Luisa Maida aprendió de uno de sus entrenadores, Anatoly Piddubnyi, la disciplina; y del otro, Reynaldo Flores, a luchar por el objetivo marcado.
Textos: Sofía Morán. Foto: Roberto Ventura
No contaba con el apoyo de sus padres, pero las ganas de triunfar, su talento y su desempeño en los Juegos Olímpicos de Pekín 2008 hicieron que Luisa Maida se convirtiera en todo un referente del tiro olímpico salvadoreño. Su carrera deportiva, tal como ella lo explica, comenzó por casualidad porque estaba estudiando medicina y acompañaba a una amiga a sus entrenos de fusil. “Un día, el entrandor que era cubano me dijo: ‘Ya me aburrí de verte ahí sentada. Esta es la pistola, esta es la munición, este es el blanco; así se alinea y entrena, talvez te sale algo’”, comenta Maida. A Luisa le gustó el resultado porque consiguió puntajes altos bastante rápido, así que siguió preparándose para crecer en el deporte, sacando lo mejor de cada uno de sus entrenadores.
Un camino de esfuerzo. Luisa tuvo que dejar la medicina y estudió psicología; la universidad, fusionada con el deporte, hizo que diera lo mejor de sí. Entrenaba y estudiaba. Antes de viajar para alguna competencia tenía que hacer los trabajos y estudiar en el avión, porque venía a presentar parciales.
En su vida como atleta aprendió que no hay que ser soberbio y no creerse más que los demás. Luisa explica que uno tiene sus etapas de fama, pero como le dijo alguna vez un amigo, esos momentos se disfrutan como un perfume, se saborean y se huelen, pero eso pasa y hay que comenzar de nuevo.